jueves, 9 de octubre de 2025

CAPÍTULO 7 - FILOSOFÍA PARA PRINCIPIANTES - FRAGMENTOS - Ockham o El nombre de la rosa

 CAPÍTULO 7: DEL LIBRO FILOSOFÍA PARA PRINCIPIANTES 

Autor: Nemrod Carrasco



abrir el archivo

 

FRAGMENTOS DEL CAPÍTULO 

LO SINGULAR ANTES QUE NADA

Al nuevo espíritu lógico, deductivo y científico que encarna Guillermo de Baskerville, Umberto Eco opone la figura trágica de Jorge de Burgos, el anciano bibliotecario que se halla tras las terribles muertes y que simboliza el viejo orden monástico: un mundo en decadencia que insiste en recluirse en el interior de las abadías y cuyos miembros tratan de llevar una vida lo más autárquica posible, aislada de todo contacto con la realidad. Cerrado al mundo exterior, el monasterio no puede dedicarse más que a custodiar el saber. Jorge de Burgos no espera otra cosa de su biblioteca. Y para proteger el saber no es necesaria la filosofía. Sólo hacen falta escribientes, copistas, es decir, personas que estén dispuestas a preservar a toda costa la literalidad de la palabra y la unívoca riqueza de algunos textos grecolatinos, cuyos preceptos y sentencias han sido sabiamente retomados por la tradición cristiana.
 

El universo de Jorge de Burgos representa la posición de un saber que no aspira sino a ser depositado, una concepción de la escritura que no puede ir más allá del simple hecho de copiar; y copiar es reproducir sin leer, esto es, sin entender y sin pensar. Si los signos escritos ya están lo suficientemente bien interpretados, ¿para qué molestarse en comprender? En el mundo de Jorge de Burgos no hay lugar para la interpretación, porque lo que trata de evitar es simplemente el deterioro y la corrupción de la transmisión literal de las doctrinas. Los problemas aparecen cuando las fórmulas y expresiones que deben reproducir literalmente los escribientes dejan de tener un sentido evidente por sí mismo, o bien pasan a tener otro que es directamente ofensivo o blasfemo. En otras palabras, cuando los copistas se ven obligados a atenerse al significado de los signos.

Guillermo de Baskerville representa precisamente a quienes ya no están dispuestos a adherirse a la literalidad de las palabras. Lejos del dogma de los escribas y los doctores de la ley, exige una filosofía que, en lugar de tratar el mundo como si fuera un texto cerrado, se pregunte acerca de él, se abra de nuevo a la realidad y sea capaz de acogerla en su verdadera singularidad. Así lo manifiesta al principio de la novela en una reflexión que podría haber expresado el propio Ockham: Adso, si ves algo de lejos, sin comprender de qué se trata, te contentarás con definirlo como un cuerpo extenso. Cuando estés un poco más cerca, lo definirás como un animal, aunque todavía no sepas si se trata de un caballo o de un asno. Si te sigues acercando, podrás decir que es un caballo, aunque aún no sepas si se trata de Brunello o de Favello. Por último, sólo cuando estés a la distancia adecuada verás que es Brunello (o bien, ese caballo y no otro, cualquiera que sea el nombre que quieras darle). Este es el conocimiento pleno, la intuición de lo singular. Así, hace una hora, yo estaba dispuesto a pensar en todos los caballos, pero no por la vastedad de mi intelecto, sino por la estrechez de mi intuición. Y el hambre de mi intelecto sólo pudo saciarse cuando vi al caballo individual que los monjes llevaban por el freno. Sólo entonces supe realmente que mi razonamiento previo me había llevado cerca de la verdad. De modo que las ideas, que antes había utilizado para imaginar un caballo que aún no había visto, eran puros signos, como eran signos de la idea de caballo la huellas sobre la nieve: cuando no poseemos las cosas, usamos signos y signos de signos.[1]

 

DATO CURIOSO

El nacimiento de la ciencia moderna

 

En 1277 fueron condenados 219 argumentos filosóficos y teológicos que se consideraban inaceptables para la doctrina y enseñanza de la Iglesia en la Universidad de París. Muchos de estos argumentos provenían de Aristóteles y de sus doctrinas sobre la materia, el espacio y el movimiento.
Todo el sistema de su física negaba la posibilidad de los átomos, el vacío, el mundo infinito y la pluralidad de los mundos. De modo que cuando sus tesis fueron condenadas por los teólogos, se abrió el camino a la especulación sobre estos temas, lo cual dio lugar a formulaciones bastante peculiares. Así, por ejemplo, nada impedía argumentar, sin peligro de caer en la herejía, que Dios podía crear otros mundos. Podía concebirse perfectamente que el universo estuviera lleno de mundos en forma de esferas, aun sabiendo que todas estas esferas tendrían que tocarse solamente en unos puntos, y ello implicaba reconocer la posibilidad de un espacio vacío, algo contradictorio y radicalmente inconcebible en una cosmología como la de Aristóteles. Además, si Dios podía crear otros mundos, los pensadores científicos del siglo XIII no tardarían en preguntarse ¿cómo serían esos otros mundos? ¿Serían paralelos en cualquier sentido al mundo en que vivimos? ¿Vivirían criaturas como nosotros en estos otros universos? Si la respuesta fuera afirmativa, ¿sería entonces necesaria otra Encarnación y otra Crucifixión para salvar a estas criaturas o bastaba una sola de cada una de ellas para todos los mundos posibles y plurales? Aunque todo esto pareciera un extraño camino para hacer ciencia, no hay duda de que todos estos empeños se dirigían en la misma dirección. Se discutió acerca de la posibilidad de que hubiera dos infinitos, sobre el centro de gravedad, la aceleración de los cuerpos, el vuelo de los proyectiles e, incluso, sobre la posibilidad de que la Tierra estuviera en movimiento. Las críticas de Aristóteles no sólo eliminaron muchas de las restricciones metafísicas que su sistema impuso al empleo de las matemáticas: constituyó el germen de muchos de los conceptos que fueron incorporados posteriormente a la mecánica del siglo XVII. 

De este postulado se deduce, por supuesto, que no tiene por qué haber en el mundo un orden necesario. Según Ockham, no hay una estructura o unas leyes universales a las que Dios estaría sujeto de una manera tan contradictoria como incomprensible. Como Dios lo puede todo, es preciso que no exista nada absolutamente imposible. Por lo tanto, es necesario que en términos absolutos no haya ningún orden que constriña su libertad. La tesis de Ockham es que Dios podría haber creado un mundo cualquiera entre sus infinitas posibilidades, aunque sólo una haya sido la elegida. Esto es precisamente lo que le hubiera resultado inimaginable a Aristóteles: el universo es el que es y no podemos concebirlo de otra manera a como es. A partir de Ockham, resulta perfectamente viable plantear la imagen del cosmos en términos de posibilidades. Podemos discutir sobre un sinfín de aspectos que en la imagen del cosmos aristotélico son imposibles: la pluralidad de mundos, el vacío, el espacio infinito, el movimiento diario de la tierra... Nada impide teorizar sobre el universo y hacer toda clase de suposiciones, sin que ello implique forzosamente la realidad de lo que se establece como posible.  

 ¿QUÉ HEMOS APRENDIDO?

Ockham no es un autor que se dedique a la filosofía por motivos teológicos. Al contrario, representa al nuevo pensador de la época, un filósofo dispuesto a aplicar su análisis lógico a cuestiones teológicas. Ockham no mezcla perspectivas filosóficas con sentimientos vitales. Su manera de referirse a Dios, de una moderación y una frialdad inusuales en el siglo XIV, contrasta con las resonancias metafísicas de sus antecesores y de muchos de sus contemporáneos. En su modo de entender la realidad comienza a percibirse la presencia de un hiato entre la fe religiosa y la ciencia teórica sobre el mundo. Para Ockham, solo hay un mundo: el natural. Esta es la única realidad que está dispuesto a admitir. En ese mundo natural no existe el universal; no hay una esencia eterna de las cosas que les dé un nombre en este mundo. Sólo hay singularidades. De modo que los nombres que les atribuimos a estos objetos singulares no son más que convenciones adoptadas por los seres humanos. Por eso, Ockham saca su navaja y se pone a cortar la realidad en trozos. Si queremos reconocer algún orden en la naturaleza hay que proceder caso por caso, sin admitir de antemano discursos excesivamente abstractos o entidades teóricas demasiado alejadas de la experiencia concreta. Con esta manera de proceder, la filosofía de Ockham prefigura de algún modo el nacimiento de la ciencia moderna.

Su pensamiento no sólo representa la negación de toda esencia definida previamente; significa asimismo la negación de toda ley o necesidad natural a la cual pudiera estar sujeta la omnipotencia de Dios. Ockham parte de la base de que todo lo que sucede en este mundo podría ser de otra manera. No hay ninguna razón por la que Dios haya de crear necesariamente este mundo. Si lo ha hecho, es porque ha querido. Sin embargo, la afirmación de la omnipotencia divina por parte de Ockham tiene una contrapartida: lleva consigo la suposición de que existe un mundo del que sólo se pueden emitir formulaciones hipotéticas; es decir, la imagen de una naturaleza que no puede ser sino objeto de explicaciones o predicciones meramente probables.
La modernidad tratará de restituir en el mundo ese orden necesario que se ha quebrado con Ockham. A partir del siglo XVII, se sentarán las bases de una nueva manera de entender la filosofía, un método capaz de deducir todas las verdades a partir de unos principios absolutamente evidentes para la razón. El fantasma de Ockham se conjurará entonces con la hipótesis más temible: la existencia de un genio maligno.

 Abrir el capítulo

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Guías y trabajos

  Guía: Fundamentos de la Moral   Guía - Transhumanismo - Nominalismo de Ockham - Filosofía y Práctica