Fuente: Programa de Filosofía IV Medio - Mineduc
ENSAYO: ¿CUÁL ES EL VALOR Y EL LUGAR DE LA FILOSOFÍA EN LA SOCIEDAD CONTEMPORÁNEA?
A tu juicio, ¿cuál es el valor y el lugar de la filosofía en la sociedad contemporánea?
Para responder esto, deben
- Sintetizar la posición y los argumentos presentados sobre la filosofía hasta ahora.
- Explicar y comparar al menos tres perspectivas filosóficas estudiadas.
- Argumentar su visión personal, considerando:
i) perspectivas y conceptos abordados por los filósofos seleccionados;
ii) reflexión personal sobre el lugar que debe tener la filosofía en la educación escolar;
iii) experiencias personales e implicancias en la vida cotidiana.
ORIENTACIONES PARA LA ACTIVIDAD DE AULA
Atención a los siguientes indicadores de evaluación:
- Compara diversas perspectivas respecto del valor y el lugar de la filosofía para la sociedad contemporánea.
- Defiende una visión personal respecto del valor y el lugar de la filosofía en la sociedad contemporánea.
No olvidar que:
a) El ensayo brota de una pregunta que enfoca el centro de atención.
b) Puedes describir situaciones, presentar datos y antecedentes haciendo un sistema riguroso de las fuentes de información.
c) Se presenta como trabajo formal.
d) Una vez planteado el problema, se presentan otras referencias para el análisis y discusión crítica los que conducen a un pronunciamiento de respuesta.
A CONTINUACIÓN, UNA COLECCIÓN DE TEXTOS QUE PUEDEN SERVIR DE APOYO.
Nota: Al finalizar el texto se indica la fuente, la que deberás utilizar cuando hagas citas en tu trabajo formal.
Texto 1
“[…] Desde luego, la filosofía no es un quehacer utilitario, una actividad que, como la odontología, la abogacía o cualquier otra técnica, produzca obras o resultados quiescentes que, una vez producidos, incrementen la riqueza o la cantidad de útiles a disposición. Desde este punto de vista, la filosofía es muy inferior a casi cualquier otro quehacer humano que, por minúsculo que sea, deja tras suyo la huella tangible de un producto.
Tampoco (y a pesar de los equívocos a que podría conducir la lectura apresurada de una obra de Boecio) la filosofía ofrece consuelo o sosiego frente a las tribulaciones de la vida cotidiana. A este respecto son mucho más efectivas las creencias religiosas o las terapias psicológicas o algunos fármacos que ayudan a sobrellevar el peso cotidiano de la existencia.
[...] ¿Para qué entonces enseñar filosofía si ella ni produce obras, ni provee consuelo, ni confiere conocimiento nuevo?
[...] La filosofía importa porque ella, al ser, como la definió alguna vez Jorge Millas, un pensamiento al límite, siembra en quienes se acercan a ella un cierto desasosiego frente a la realidad, una cierta sospecha de que la realidad de veras no es exactamente la que se nos muestra ante los ojos o la que se nos presenta como tal. Esta es la idea que animó la reflexión de autores en apariencia tan disímiles como Aristóteles, Kant o Hegel. Todos ellos pensaron que la realidad última huía de nosotros y que la filosofía era una reflexión para atraparla o al menos para comprender esa huida [...].
La conciencia filosófica inmuniza contra el hechizo de los ídolos y las ideologías, esas formas simplificadas de la reflexión que acaban sustituyéndola. Y como el poder político y de toda índole suele enmascararse con ídolos y con ideologías –dos o tres ideas simples con las que se quiere atrapar toda la realidad–, el ejercicio filosófico es también un ejercicio contra toda forma de idolatría y una de las formas de mostrar la contingencia y la fragilidad de cualquier poder.
Y al llevar adelante esa tarea, la reflexión filosófica también se opone al poder de la simple técnica y nos recuerda que es propio de lo humano distinguir entre lo que es posible y lo que es debido, lo que deseamos y lo que debemos hacer.
El ejercicio filosófico allí donde existe –y no se le suplanta con el adoctrinamiento o el saber puramente enciclopédico– constituye en suma un apoyo intelectual o espiritual de la democracia. Después de todo, la filosofía es a la cultura lo que la democracia es al poder: una forma esclarecida de la duda, una ironía permanente frente a lo que quisiera ser indudable e incuestionado [...]”. (Carlos Peña, El Mercurio,02 de marzo de 2018).
Texto 2
“De hecho, el valor de la filosofía debe ser buscado, en una larga medida, en su real incertidumbre. El hombre que no tiene ningún barniz de filosofía va por la vida prisionero de los prejuicios que derivan del sentido común, de las creencias habituales en su tiempo y en su país, y de las que se han desarrollado en su espíritu sin la cooperación ni el consentimiento deliberado de su razón. Para este hombre, el mundo tiende a hacerse preciso, definido, obvio; los objetos habituales no le suscitan problema alguno, y las posibilidades no familiares son desdeñosamente rechazadas. Desde el momento en que empezamos a filosofar, hallamos, por el contrario, como hemos visto en nuestros primeros capítulos, que aun los objetos más ordinarios conducen a problemas a los cuales solo podemos dar respuestas muy incompletas. La filosofía, aunque incapaz de decirnos con certeza cuál es la verdadera respuesta a las dudas que suscita, es capaz de sugerir diversas posibilidades que amplían nuestros pensamientos y nos liberan de la tiranía de la costumbre. Así, el disminuir nuestro sentimiento de certeza sobre lo que las cosas son, aumenta en alto grado nuestro conocimiento de lo que pueden ser; rechaza el dogmatismo
algo arrogante de los que no se han introducido jamás en la región de la duda liberadora y guarda vivaz nuestro sentido de la admiración, presentando los objetos familiares en un aspecto no familiar”. (Bertrand Russel, Los problemas de la filosofía, p. 99)
Texto 3
“Psicología, lógica, moral, metafísica: el abate Trécourt liquidaba el programa a razón de cuatro horas semanales. Se limitaba a devolvernos nuestras disertaciones, a hacernos dictados, a hacernos recitar la lección aprendida en nuestro manual. A propósito de cada problema, el autor, el reverendo Padre Lahr, hacía un rápido inventario de los errores humanos y nos enseñaba la verdad según santo Tomás. El abate no se complicaba tampoco con sutilezas. Para refutar el idealismo, ponía la evidencia del tacto a las posibles ilusiones de la vista; golpeaba sobre la mesa declarando: "Lo que es, es." Las lecturas que nos indicaba carecían de sal; eran La atención de Ribot, La psicología de las masas de Gustave Lebon, las ideas-fuerza de Fouillée. Sin embargo, yo me apasionaba. Volvía a encontrar, tratados por señores serios en los libros, los problemas que habían intrigado mi infancia; de pronto, el mundo de los adultos no se deslizaba sin tropiezos: había un anverso, un revés, la duda entraba; forzando un poco, ¿qué quedaría? No se forzaba mucho, pero ya era bastante extraordinario, después de doce años de dogmatismo, una disciplina que planteara interrogantes y que me los planteara a mí. Pues era yo, a la que siempre habían hablado de lugares comunes, la que de pronto se encontraba puesta en cuestión. ¿De dónde salía mi conciencia? ¿De dónde sacaba sus poderes? […]
Lo que sobre todo me atrajo en la filosofía fue que suponía que iba derecho a lo esencial. Nunca me habían gustado los detalles, veía el sentido global de las cosas más que sus singularidades y prefería comprender a ver; yo siempre había deseado conocerlo todo; la filosofía me permitiría alcanzar ese deseo, pues apuntaba a la totalidad de lo real; se instalaba enseguida en su corazón y me revelaba, en vez de un decepcionante torbellino de hechos o de leyes empíricas un orden, una razón, una necesidad. Ciencias, literatura, todas las otras disciplinas me parecieron parientes pobres. […]
Las mujeres que tenían un diploma o un doctorado de filosofía se contaban con los dedos de una mano: yo deseaba ser una de esas precursoras. Prácticamente la única carrera que esos diplomas me abrirían sería la enseñanza: no tenía nada en contra. Mi padre no se opuso a ese proyecto, pero se negaba a dejarme buscar lecciones: tendría un puesto en un liceo. ¿Por qué no? Esa solución satisfacía mi gusto de la prudencia. Mi madre informó tímidamente a las señoritas y sus rostros se congelaron.
Habían empleado sus existencias en combatir el laicismo y no hacían ninguna diferencia entre un establecimiento de Estado y una casa de tolerancia. Además, explicaron a mi madre que la filosofía corroía mortalmente las almas; en un año de Sorbona, yo perdería mi fe y mis buenas costumbres. Mamá se inquietó. Como la licencia clásica ofrecía, según papá, más posibilidades, como quizá le permitieran a Zaza preparar algunos certificados, acepté sacrificar la filosofía a las letras. Pero mantuve mi decisión de enseñar en un liceo. ¡Qué escándalo! Once años de cuidados, de sermones, de adoctrinarme asiduamente ¡y mordía la mano que me había alimentado! En las miradas de mis educadoras leía con indiferencia mi ingratitud, mi indignidad, mi traición: Satanás me había conquistado”. (Simone de Beauvior, Memorias de una joven formal).
Texto 4
“(…) La filosofía, tal como yo la he entendido y vivido hasta ahora, es la vida voluntaria en el hielo y en las altas montañas: búsqueda de todo lo problemático y extraño que hay en el existir, de todo lo proscrito hasta ahora por la moral. Una prolongada experiencia, proporcionada por ese caminar en lo prohibido, me ha enseñado a contemplar las causas a partir de las cuales se ha moralizado e idealizado hasta ahora, de un modo muy distinto al que tal vez se desea: se me han puesto al descubierto la historia oculta de
los filósofos, la sicología de sus grandes nombres. ¿Cuánta verdad soporta, cuánta verdad osa un espíritu? Esto fue convirtiéndose cada vez más, para mí, en la auténtica unidad de medida. El error (creer en el ideal) es ceguera, el error es cobardía. Toda conquista, todo paso adelante en el conocimiento es consecuencia del coraje, de la dureza consigo mismo, de la limpieza consigo mismo. Yo no refuto los ideales; ante ellos, simplemente, me pongo los guantes. Ni timur in vetitum [nos lanzamos hacia lo prohibido]: bajo este signo vencerá un día mi filosofía, pues hasta ahora lo único que se ha prohibido siempre, por principio, ha sido la verdad”. (Friedrich Nietzsche, Ecce Homo).
Texto 5
“Entorpece el estudio de la filosofía la figuración no razonable de verdades establecidas, sobre las que quien las posee cree que no hace falta volver, sino que basta con tomarlas como base y expresarlas y enjuiciar y condenar a base de ellas. Vista la cosa por este lado, es especialmente necesario que la filosofía se convierta en una actividad sería. Para todas las ciencias, artes, aptitudes y oficios vale la convicción de que su posesión requiere múltiples esfuerzos de aprendizaje y de práctica. En cambio, en
lo que se refiere a la filosofía parece imperar el prejuicio de que, si para poder hacer zapatos no basta con tener ojos y dedos y con disponer de cuero y herramientas, en cambio cualquiera puede filosofar directamente y formular juicios acerca de la filosofía, porque posee en su razón natural la pauta necesaria para ello, como si en su pie no poseyese también la pauta natural del zapato. Tal parece como si se hiciese descansar la posesión de la filosofía sobre la carencia de conocimientos y de estudio,
considerándose que aquella termina donde comienzan éstos. Se la reputa frecuentemente como un saber formal y vacío de contenido y no se ve que, lo que en cualquier conocimiento y ciencia es verdad aun en cuanto al contenido, sólo puede ser acreedor a este nombre cuando es engendrado por la filosofía; y que las otras ciencias, por mucho que intenten razonar sin la filosofía, sin ésta no pueden llegar a poseer en sí mismas vida, espíritu ni verdad (…).
A los verdaderos pensamientos y a la penetración científica sólo puede llegarse mediante la labor del concepto. Solamente éste puede producir la universalidad del saber, que no es ni la indeterminabilidad y la pobreza corriente del sentido común, sino un conocimiento cultivado y cabal, ni tampoco la universalidad excepcional de los dotes de la razón corrompidas por la indolencia y la infatuación del genio, sino la verdad que ha alcanzado ya la madurez de su forma peculiar y susceptible de convertirse en patrimonio de toda razón autoconsciente”. (Hegel, G.W.F. Fenomenología del espíritu).
Texto 6
“No es lo mismo la verdad y la utilidad […] ¿Pero cómo suspender la utilidad? ¿No es la utilidad algo esencial de las cosas? ¿Qué sería este paquete de papas fritas si no fue pensado desde la categoría de utilidad? Mejor primero lo compro. La papa frita es un alimento: sirve para que nos alimentemos. Los alimentos sirven para que nuestros cuerpos sigan vivos. Y, sin embargo, está claro que hemos dejado ya muchos pliegues conceptuales al reducir un producto del capitalismo el inventario al menú compuesto de proteínas. O dicho de otro modo: se podría pensar la alimentación desde otra perspectiva, sin la necesidad de que la comida deba tomar la forma de una papa frita, deba ser empaquetada de este modo, pero sobre todo deba ser sólo accesible a aquel que la puede comprar […] Pero hay algo más. Entendemos qué es una papa frita a partir de un rasgo suyo definitorio: su utilidad. La utilidad es un valor; no es la papa frita, no es la cosa misma. Las cosas entran en relación con los seres humanos a través de los valores y nuestra cultura ha erigido en valor casi supremo, o por lo menos, naturalizado tanto el valor de la utilidad que ya no lo percibimos como valor, como rasgo. Y lo hacemos parte esencial de las cosas. Suspender el valor de la utilidad, aunque sea desde el pensamiento; poner entre paréntesis este rasgo el pensar el objeto, nos pone de frente con la cosa y nos obliga a buscarle otros sentidos, otras perspectivas […].
Se puede operar desde el desmontaje, o para usar por primera vez un término difundido por Derrida, se puede operar desde la deconstrucción. Podemos desnaturalizar lo útil. Podemos entender que la utilidad no está invitada en la cosa de manera esencial […]. Pero entonces, ¿para qué sirve la filosofía? ¿Cuál es su utilidad? No cura enfermedades, no construye puentes, no diagrama un sistema de ventas. No trae la felicidad, no establece certezas, no facilita las cosas […].
[E]l trabajo filosófico consiste en un trabajo intelectual, a lo sumo dialógico, donde se trata de producir desde el análisis crítico cierta impotencia en el funcionamiento de las cosas, cierta inoperocidad. Se interrumpe la obviedad del funcionamiento. Se muestra que aquello que viene funcionando correctamente, o en principio sin fisuras, sin embargo, a partir de cierto descolocamiento de sus pilares, deja de funcionar. Muestra sus contingencias, su posibilidad de ser otra cosa, su posibilidad de ser otra manera […]”.
(Darío Sztajnszrajber, ¿Para qué sirve la filosofía? (Pequeño tratado sobre la demolición), Plantea, Buenos Aires, 2013 pp. 40.42)
Texto 7
¿Tiene sentido empeñarse hoy, a finales del siglo XX o comienzos del XXI, en mantener la filosofía como una asignatura más del bachillerato? ¿Se trata de una mera supervivencia del pasado que los conservadores ensalzan por su prestigio tradicional, pero que los progresistas y las personas prácticas deben mirar con justificada impaciencia? ¿Pueden los jóvenes, adolescentes más bien, niños incluso, sacar algo en limpio de lo que a su edad debe resultarles un galimatías? ¿No se limitarán en el mejor de los casos a memorizar unas cuantas fórmulas pedantes que luego repetirán como papagayos? (…) Si se quieren resumir todos los reproches contra la filosofía en cuatro palabras, bastan éstas: no sirve
para nada. Los filósofos se empeñan en saber más que nadie de todo lo imaginable, aunque en realidad no son más que charlatanes amigos de la vacua palabrería. Y entonces, ¿quién sabe de verdad lo que hay que saber sobre el mundo y la sociedad? Pues los científicos, los técnicos, los especialistas, los que son capaces de dar informaciones válidas sobre la realidad.
Así pues, en la época actual, la de los grandes descubrimientos técnicos, en el mundo del microchip y del acelerador de partículas, en el reino de internet y la televisión digital..., ¿qué información podemos recibir de la filosofía? La única respuesta que nos resignaremos a dar es la que hubiera probablemente ofrecido el propio Sócrates: ninguna. Nos informan las ciencias de la naturaleza, los técnicos, los periódicos, algunos programas de televisión..., pero no hay información «filosófica». Según señaló Ortega, antes citado, la filosofía es incompatible con las noticias y la información está hecha de noticias. Muy bien, pero ¿es información lo único que buscamos para entendernos mejor a nosotros mismos y lo que nos rodea? Supongamos que recibimos una noticia cualquiera, ésta por ejemplo: un número x de personas muere diariamente de hambre en todo el mundo. Y nosotros, recibida la información, preguntamos (o nos preguntamos) qué debemos pensar de tal suceso. Recabaremos opiniones, algunas de las cuales nos dirán que tales muertes se deben a desajustes en el ciclo macroeconómico global, otras hablarán de la superpoblación del planeta, algunos clamarán contra el injusto reparto de los bienes entre posesores y desposeídos, o invocarán la voluntad de Dios, o la fatalidad del destino... Y no faltará alguna persona sencilla y cándida, nuestro portero o el quiosquero que nos vende la prensa, para comentar: «¡En qué mundo vivimos!» Entonces nosotros, como un eco, pero cambiando la exclamación por la interrogación, nos preguntaremos: «Eso: ¿en qué mundo vivimos?».
No hay respuesta científica para esta última pregunta, porque evidentemente no nos conformaremos con respuestas como «vivimos en el planeta Tierra», «vivimos precisamente en un
mundo en el que x personas mueren diariamente de hambre», ni siquiera con que se nos diga que «vivimos en un mundo muy injusto» o «un mundo maldito por Dios a causa de los pecados de los humanos» (¿por qué es injusto lo que pasa?, ¿en qué consiste la maldición divina y quién la certifica?, etc.). En una palabra, no queremos más información sobre lo que pasa, sino saber qué significa la información que tenemos, cómo debemos interpretarla y relacionarla con otras informaciones anteriores o simultáneas, qué supone toda ella en la consideración general de la realidad en que vivimos, cómo podemos o debemos comportarnos en la situación así establecida. Éstas son, precisamente las preguntas a las que atiende lo que vamos a llamar filosofía.
Digamos que se dan tres niveles distintos de entendimiento:
a) La información, que nos presenta los hechos y los mecanismos primarios de lo que sucede.
b) El conocimiento, que reflexiona sobre la información recibida, jerarquiza su importancia significativa y busca principios generales para ordenarla
c) La sabiduría, que vincula el conocimiento con las opciones vitales o valores que podemos elegir, intentando establecer cómo vivir mejor de acuerdo con lo que sabemos.
Creo que la ciencia se mueve entre el nivel a) y el b) de conocimiento, mientras que la filosofía opera entre el b) y el c). De modo que no hay información propiamente filosófica, pero sí puede haber conocimiento filosófico y nos gustaría llegar a que hubiese también sabiduría filosófica. (Fernando Savater, Las preguntas de la vida).
sábado, 6 de febrero de 2021
PREPARANDO UN ENSAYO SOBRE ..
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